domingo, 21 de diciembre de 2014

¿Y yo qué pinto aquí?


Hace unos días estuve visitando una exposición de pintura. Se trataba de una selección de paisajes pertenecientes a los fondos de una colección de una entidad bancaria. Algunas obras databan del siglo XVII y XVIII, pero la gran mayoría habían sido realizadas en el XX, e incluso en el XXI.

Desde mi punto de vista, la mayoría de los cuadros eran mediocres, por no decir algo más desagradable. Creo que nunca había contemplado tanta ramplonería pretendidamente artística reunida en un mismo lugar. Lo cual me hizo reflexionar acerca de un tema que me ha venido ocupando la mente desde hace muchos años: ¿cuál es la esencia del arte? ¿Qué marca la diferencia entre lo que es arte y lo que no lo es? ¿Es posible desarrollar un criterio válido para determinar el verdadero valor de una obra de arte?

Pero antes de eso surge una pregunta mucho más importante, y me centraré solo en la pintura, por simplificar. ¿Por qué pintar? ¿Qué sentido tiene? Si pudiéramos preguntar a cada autor la razón última que le ha llevado a pintar un cuadro, ¿qué nos contestarían?

De hecho, muchos artistas han dejado testimonio de sus propias motivaciones, desde tiempos muy lejanos hasta nuestros días. Si los revisamos, encontraremos que al igual que cada persona es un mundo, cada artista concibe su obra de manera diferente. Saber lo que ellos mismos pensaban de su trabajo puede ser muy esclarecedor, y puede ayudar a entender mejor sus obras. Pero, al final, ha de producirse el encuentro entre el cuadro y el espectador. Y a ese encuentro no se puede acudir con el folleto en la mano. No debería haber intermediarios: es algo entre la obra y tú.

Mientras recorría la exposición, no paraba de interrogar a los autores: ¿para qué pintaste este cuadro? ¿Qué pretendías? ¿Es un ejercicio estilístico, una prueba de pericia técnica, una forma de pasar agradablemente una mañana de otoño? ¿Buscabas trascender la materia, acceder a lo intangible que se oculta tras lo evidente, revelarnos lo que no somos capaces de ver, abrirnos los ojos a facetas ocultas de lo real? ¿Es parte de tu oficio, tu medio de vida, una faena de aliño? Naturalmente, no hay una respuesta única, y en algunos casos ninguna sería aplicable. Y en cualquier caso, eso no resolvería el misterio. Estamos buscando la esencia, lo que convierte una pintura en una obra de arte.

En mi opinión, hay dos factores que confluyen de manera determinante. El más evidente es la técnica. Aunque pueda parecer más sencillo de evaluar, no es del todo cierto. Lo era antes de las vanguardias de principios del siglo XX, cuando toda la pintura era figurativa y estaba sometida a "las reglas de la Academia". Si pintabas un caballo y parecía un burro, o si las columnas del templo estaban torcidas, o si los colores se empastaban formando un marrón grisáceo, el cuadro era malo. Sin más. Cuando contemplas un Velázquez no tienes ninguna duda: ese es Felipe IV y eso un caballo, y eso un huevo frito. Pero con el advenimiento de las vanguardias y la ruptura con la figuración académica, comienzan los verdaderos problemas. De hecho, los que hoy nos parecen maestros del impresionismo o el expresionismo, los fauves, Der Blaue Reiter, los cubistas o los futuristas, en su tiempo fueron tachados de farsantes y locos. Pero lo cierto es que un ojo un poco entrenado puede diferenciar sin lugar a dudas un Van Gogh de un espatulero contemporáneo. 

Sin embargo, creo que hay que ir más allá. La técnica es una pista que nos puede ayudar a desenmascarar al impostor, pero no basta. Tiene que haber algo más. Es ahora cuando hay que situarse al otro lado, al del espectador, y plantearse la pregunta: ¿qué busco yo? ¿Qué espero encontrar cuando me enfrento a un cuadro? Cuántas veces habré escuchado, mientras recorría una exposición, comentarios del tipo "eso lo hace mi hijo de cinco años", o "qué maravilla, parece una fotografía". Partiendo de la base de que toda opinión, en lo que al arte se refiere, me parece respetable, confieso que en la mayoría de los casos esos comentarios retratan más al comentarista que al pintor. 

Y me atrevo a aventurar una hipótesis. La pintura es arte cuando se establece un diálogo entre la obra y el que la contempla. Para ello, es necesario que el artista haya impregnado con su espíritu el cuadro, haya dejado el rastro de su alma, una huella que podamos percibir; el cuadro nos devuelve la mirada, responde a nuestra llamada y nos muestra sus secretos ocultos. Pero eso solo ocurrirá si hay algo en la obra capaz de reverberar en nuestro interior. El arte se despliega como una vía de comunicación entre el artista y el espectador, y a semejanza de cualquier relación humana, no nos entendemos igual con todas las personas. Algunas nos producen rechazo, otras indiferencia, y en cambio con otras somos capaces de establecer un vínculo, un nivel de entendimiento que va más allá de las palabras. Si se produce la conexión, se obra el milagro.

Decía Edvard Munch: "No concibo un arte que no esté impelido por la necesidad humana de franquear el corazón". 

Esa es, para mí, la única guía. Y lo demás, óleo sobre lienzo. 



2 comentarios:

  1. Comparto contigo palabra por palabra,reflexión por reflexión de todo lo que dices.Muchas veces he escuchado comentarios a costa de un cuadro que me han llevado a compararlos con aquel cuento del traje invisible, mejor dicho "sin traje" de aquel rey que yendo desnudo, muchos decían ver un" magnifico traje "y solo era la repetición de "otros", a los que suponían más sabios que ellos.Falta de criterio? de personalidad?.....El verdadero arte" conmueve".

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  2. Disculpa el retraso en responder, hacía tanto tiempo que nadie comentaba aquí... Todo era más sencillo cuando los artistas pintaban frutas y floreros...

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